En 2016, la revista Vice publicaba un artículo titulado Llevo cinco años fracasando como emprendedor, cuyo autor, un periodista español que intentó desde fundar un periódico en su pueblo natal hasta llevar un negocio de cerveza artesanal, concluía de manera lapidaria: “Hoy me siento como el equipo que pierde 6-0 en el Bernabéu y va el árbitro y añade tres minutos”. Se trataba de una mirada/confesión poco habitual en el mundo del emprendimiento.
Sí, ser emprendedor/a puede llegar a ser maravilloso, pero PUEDE no es sinónimo de DEBE, y en la última década nos hemos empeñado en demostrar lo contrario. En el esfuerzo por promover ese nuevo concepto del emprendimiento se ha dejado de lado la parte menos glamurosa, pero más necesaria de conocer.
Por eso, me interesa abordar ese lado B, el que la gente muchas veces no escucha, de ese disco llamado Emprendimiento.
Darwinismo estadístico: Sólo los fuertes sobreviven
Las estadísticas, por mucho que nos pueda pesar, dan información objetiva sobre la realidad del emprendimiento en nuestro país.
Según el diario Gestión, Alrededor de 200 mil startups (empresas innovadoras) se crean en el Perú cada año. Sin embargo, el 90% de éstas no sobreviven más allá del año.
A ello se suma que, según cifras de la Sociedad Peruana de Pymes (SPP), anualmente se crean 12 mil mypes, pero sólo el 10% supera el año de actividad.
Desde falta de conocimiento del mercado, mal manejo de las finanzas hasta no contemplar imprevistos, cuando arrancas un proyecto de negocio existe una altísima probabilidad de que no lo consolides de manera exitosa.
No se trata de abandonar el camino, sino de tomar en cuenta los errores más comunes que suelen tener los que fracasan para convertirnos en parte de ese improbable 10%.
Entre las causas más comunes del fracaso destacan el no estudiar el mercado, el mal uso del dinero, no reinvertir cuando se comienza a tener números positivos o incluso el mantenerse en un sistema cerrado y perder la oportunidad de juntarse con gente diferente.
Las matemáticas pueden no ser sexys, pero son necesarias
No importa cuánto nos guste nuestra idea, cuánto le guste a los demás, cuán viable pueda llegar a ser. La mejor idea, mal administrada, terminará en un fracaso seguro.
En la promoción del emprendimiento como sueño de libertad y modo de vida de los exitosos, se omite el tema de las finanzas. En su libro Inconformistas (2016), Isra García y Josef Ajram aseguran que es imprescindible “hacer una previsión realista de costes y tener muy claro hasta dónde estás dispuesta/o a arriesgar personal y financieramente” (16) y añaden que “únicamente conociendo los gastos que tienes eres consciente de la dificultad que tiene tu negocio” (47).
Errores en la contabilidad, impuestos, gestión de planilla, logística, contingencias legales, son algunos de los problemas más recurrentes. En contraste, con un adecuado manejo de los números, una idea mediocre tiene mayores posibilidades de sobrevivir que una idea brillante que agote su presupuesto a mitad de camino. De igual modo, un emprendimiento brillante y bien estructurado, soportará mejor las coyunturas adversas, como la que estamos viviendo en el Perú en este último año.
Prever lo imprevisible
No seremos fatalistas diciendo como Murphy que todo lo que pueda salir mal, saldrá mal, tranquilos. Lo que sí tenemos que considerar es que se puede dañar el horno si hago tartas de cumpleaños, un lote entero de mi cerveza artesanal se puede dañar, al programador que está desarrollando mi app le puede dar amnesia.
Los imprevisibles son el elemento más cotidiano de un negocio, de cualquiera. Por eso, los mismos autores señalan que “cuando calcules tus necesidades financieras es aconsejable incrementarlas en un 15 por ciento para imprevistos” (49). En base a mi experiencia puedo decir que en Perú es necesario subir esa cifra al menos hasta 25%, si te lo puedes permitir.
A esto hay que añadir que, en el año 2016, 21% de las empresas en nuestro país fueron víctimas de un delito. Siendo las más afectadas las microempresas y las pequeñas empresas; es decir, las más vulnerables.
Una cosa es el turismo y otra la inmigración
Casarnos con nuestra idea de negocios, usemos esa reiterada metáfora, implica que la relación no sólo tendrá momentos de pasión. Ya no se trata de una escapada de fin de semana con nuestra idea de negocio, una cena romántica con ella o un encuentro fugaz.
Casarnos con nuestra idea implica escucharla roncar en la noche, verla recién levantada y no siempre de buen humor. Entender la cotidianidad y aceptarla. Ya saben a dónde quiero llegar, casarnos con nuestra idea es estar pendiente día a día de cada detalle, así a aveces resulte monótono y aburrido.
Emigrar al mundo del emprendimiento con el que era tan excitante soñar, implica investigar mucho y muy constantemente, evaluar a la competencia, no sólo al comienzo, sino constantemente. Conocer el mercado y escuchar a los clientes. Escucharlos especialmente cuando digan algo que no nos gusta. Implica reinvertir, reinvertir y reinvertir.
Especialmente, implica decir NO, aprender a decir NO, “NO es la palabra más bonita que existe. Cada vez que dices NO, ganas, vales más, te adueñas de tu tiempo y eliges ser un inconformista” (Ibid: 83).
Si me tengo que casar con mi emprendimiento ¿También me puedo divorciar verdad?
En el emprendimiento también está la solución del divorcio. Será doloroso, nos sabrá la boca a fracaso porque eso es, pero eventualmente valdrá la pena. Valdrá la pena si la decisión se toma en el momento justo.
Una de las cosas más importantes al comenzar nuestro emprendimiento es determinar el punto de no retorno. “Es necesario marcar cuál es y hacerlo al principio: si pasa esto, esto y esto, hasta aquí llegamos” (Ibid: 51).
Después del largo y polvoriento camino ¿Vale la pena?
Sí, cada angustia, cada nueva arruga, cada cana. Vale la pena ver ese proyecto convertido en un negocio, aunque no sea el del millón de dólares. En el mismo momento que los números están en verde y es momento de recomenzar el ciclo, tomando nuevas decisiones y pasando por toda la angustia nuevamente. Si pones tu inteligencia, tiempo y esfuerzo, en dedicarte a cada detalle poco o nada excitante del negocio para convertirte en la excepción y ser parte de ese grupo de sobrevivientes del 10%.